A finales de 2013, fui a trabajar a la parada de una central térmica en Galicia, a un pueblo que se llama As Pontes de García Rodríguez. Allí pasábamos unas once horas al día, de lunes a sábado, en la oscuridad de una caldera, con las caras llenas de hollín y un olor a hierro en la piel que no se iba ni a la tercera ducha. En un pueblo rodeado de bosques y en el que su principal actividad económica era aquella colosal central térmica, no había mucho que hacer después de trabajar, salvo la compra y tomar algo en un bar que estaba decorado como un castillo medieval.
Como un juego, para pasar el rato, elaboré un pequeño diario en el que cada día le escribía una carta a mi mujer. Ahí se narraban cosas como el día a día, mi relación con mis compañeros, etc. Una noche justo antes de dormir, viéndome en aquel pueblo como un personaje de Lovecraft, con el ruido de la lluvia en los cristales, recordé una de esas tramas de horror gótico. Y, hasta que caí dormido, estuve imaginando cómo sería vivir una de esas historias en un entorno ibérico y rural como aquel. Anoté algunas ideas: unos seres anteriores al mundo como lo conocemos, un ambiente rural y hostil, una narración epistolar como las de las grandes novelas de terror de hace un par de siglos... Me pareció una gran idea y, años después, la transformé en uno de los cuentos de El fin del mundo. La idea era tan buena que, en su estructura y en su esencia, ya la habían usado en una novela.
En El fin del mundo, finalmente, incluí ese cuento donde llevé el universo de Lovecraft a nuestro entorno y en el que hago un guiño a la novela de Moyano. Sin embargo, no es la única referencia al horror cósmico que encontraréis en mi libro de cuentos. En El fin del mundo hay muchos homenajes y el homenaje a Lovecraft no está sólo en un cuento. ¿Cómo vamos a hablar del horror cósmico sin mencionar por alguna parte el Necronomicon?
P.S. En la literatura hay muchos ejemplos de homenajes a Lovecraft, pero, sin duda, mi favorito es y siempre será éste.
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