domingo, 8 de abril de 2018

Cuestión de kilómetros

Este miércoles, 11 de abril,  a las 20:00 horas, en la biblioteca Salvador García Aguilar, será la última (por ahora) presentación de El fin del mundo. Ya os comenté lo emocionante que había sido la presentación en Cartagena. Después vino una presentación en Murcia, donde pude conocer a algunos de los compañeros de la editorial y charlar un rato con el editor de mi próximo libro, además de hacerlo con algunos amigos y compañeros de trabajo.


Acosado por una lectora en la presentación de El fin del mundo en Educania.





Recuerdo de un lector que estudió en la Miskatonic University


Hace unos días, antes de las vacaciones de Semana Santa, estuve en Cehegín, presentando de nuevo el libro en la Escuela del vino. Si no la conocéis, os recomiendo que le hagáis una visita, es más, os recomiendo que visitéis el pueblo. Quizá no sea objetivo con lo que voy a decir, pero esta presentación ha sido una de las visitas más curiosas y una de las mayores satisfacciones que me ha dado este libro.

Cehegín

Llegamos al pueblo con los últimos coletazos de un invierno que, incluso en primavera, se ha resistido a abandonarnos. Como iba a participar en un acto de la semana gastronómica, lo más sensato y más si te gusta el vino, era quedarse a dormir. Así que no alojamos en una casa antigua restaurada que, por el entorno y por la decoración, parecía sacada de una de esas novelas que han inspirado El fin del mundo.  Yo que, por suerte o por desgracia, soy supersticioso y creyente en las sincronicidades, no pude hacer otra cosa que sonreír.

Luego, participamos de un acto en el que leí dos de los cuentos del libro adaptados al formato del microrrelato, y bebimos y comimos durante gran parte de la noche, primero en la escuela y luego en algunos de los locales de Cehegín, donde se come de maravilla.







Sin embargo, a pesar de haberlo pasado increíblemente bien, he de reconocer que tenía la cabeza en otro lado. Cuando terminas una historia, y más si la publicas, otra ocupa su sitio inmediatamente. Por esos días, andaba yo distraído con una nueva ficción. Desde hace unos meses, ocupo mi tiempo libre en un texto en un formato de novela que se me había atrancado. Inventar una historia es complicado, pero inventar un entorno, que no existe en el mundo, para ubicarla lo es mucho más. No sólo se necesita el paisaje, sino también su historia, la que te narra cómo se ha ido construyendo ese sitio día a día.

A la mañana siguiente, dando una vuelta por el pueblo, me di cuenta de que había encontrado las calles por las que iban a deambular esos personajes que hasta entonces vivían en un espacio vacío  y  una historia parecida a la de ese pueblo en el Museo Arqueológico que visitamos. El resto es inventado, o tal vez no. Porque muchas veces los viajes no son cuestión de kilómetros y puedes ir muy lejos, habiéndote desplazado apenas.




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