jueves, 28 de junio de 2018

Invasiones


Vuelvo muy feliz de la Feria del Libro de Alicante, después de seguir recibiendo alegrías con ese libro de cuentos que tiene un gorila cabreado en la portada. Ha hecho algo de frío, a pesar de que la primavera ha comenzado a asomarse y el cielo ha estado amenazando constantemente con la lluvia. En la caseta de la librería Pynchon & Co, me han dejado un par de horas para firmar libros. Han puesto una mesa, un cartel con mi nombre y estoy rodeado de ejemplares de mi libro. Pero por mucho que me digan que ya soy un escritor por haber publicado un libro, sigo pensando que soy un ingeniero que ha tenido la inmensa suerte de publicar un libro de cuentos. Aún así, como parte de un carnaval, durante las dos horas que dura el evento, me lo creo, pongo pose de autor, hablo de mi libro con la gente que curiosea y consigo vender alguno con una dedicatoria en su interior. Además, he recibido una nueva reseña en un periódico y ha sido bastante buena. Una más que sumar a las que he recibido meses atrás y que releo continuamente, pensando que hablan de otro libro y otra persona.


Con Celia, la dueña de la librería, conversamos sobre literatura y escribir que, aunque lo parezca, no es lo mismo. Dice que está en un taller literario y que le cuesta mucho encontrar un tema sobre el que escribir, lo cual llena de dudas el papel que tiene delante. Le digo que simplemente, se trata de mirar y que esa mirada reinterpreta los hechos que ha vivido, para transformarlos en historias. Le digo que de esta manera he escrito El fin del mundo, así como la gran mayoría de las cosas que escribo. Es como si a tus fantasías les permitieses invadir tu realidad.


Volvemos a casa después de comer y, como es sábado y no es tarde, vamos a hacer la compra. La literatura más inmediata en ese momento es la lista de la compra. El fin de semana pasa volando y el lunes me vuelvo a vestir de ingeniero. La primavera no termina de entrar y la lluvia, el calor y el frío se van turnando durante la semana. En la oficina, leyendo engorrosas guías e instrucciones técnicas que se actualizan sin cesar, recibo un mensaje de mi mujer. Me pregunta si tuve problemas en la carretera y me manda una foto en la que se ve, desde nuestra ventana, cómo la niebla ha cubierto la huerta y el minigolf que inspiró un par de cuentos de mi libro. Pienso, durante unos segundos, en los protagonistas de esos cuentos, concretamente en Elvira, la dueña ficticia de ese minigolf. Le contesto que no he tenido problemas en la carretera y luego vuelvo al trabajo. 


Por la tarde, salgo a hacer unas compras y, al llegar a casa, me encuentro con una señora en el portal.

-Buenas tardes -le digo.
-Hola -responde.
Ambos subimos en el ascensor.
-¿Eres el hijo del tío Pedro, el del quiosco? -me pregunta.
-No -me echo a reír-. Ni siquiera soy de este pueblo.
-Ah, es que te pareces -concluye.
-¿Usted viene a ver a visitar a alguien?
-A mi hijo -me responde-. Yo vivo ahí enfrente, en la casa de la fachada roja.
-¿En la casa del minigolf? -digo ilusionado.
-Sí, ahí -responde algo extrañada.

Por un momento, observo a la mujer y me doy cuenta de que, en mis cuentos, la imaginé así. Me gustaría contarle que, en esas narraciones, protagoniza un relato lleno de fantasmas, desamores y maldiciones. Sin embargo, en esas historias, no tiene hijos y de visitar este edificio, lo haría para charlar con una sobrina. Y claro, al amor de madre es difícil renunciar.

Me despido de la mujer y mi cabeza vuelve a Alicante, a aquella conversación con Celia sobre literatura y escribir que, aunque lo parezca, no es lo mismo. Cada día me interesa menos esta realidad narcisista que hemos fabricado en las pantallas de nuestros teléfonos y que empobrece nuestras almas. Y cada vez, con más frecuencia, me dejo arrastrar por mis invenciones. Cada vez me pasa más a menudo y es algo que se muestra en mi realidad con estas invasiones.